Muchos de estos científicos tuvieron que experimentar con sus cuerpos para poder comprobar sus hipótesis y así ganar el respeto de la comunidad científica.
Gracias a ellos hoy en día se han hecho avances importantes en la ciencia.
Alexander se hizo más de 30 transfusiones sanguíneas, hasta que en 1928 se inyectó la sangre de uno de sus estudiantes que estaba enfermo de malaria y tuberculosis.
Es por eso que decidió colocarse pesas en los t3st1c-ulos y verificar dónde más le dolía aparte de la zona afectada.
Newton se clavó una aguja en el ojo, alterando su visión de colores y de luz, cada vez que este hacía presión en la aguja.
Luego de haber absorbido la sustancia accidentalmente a través de los dedos, Hoffman abandonó su laboratorio porque empezó a sentir sensaciones extrañas, ver colores, etc.
Después de algunos días Hoffman decidió aumentar la dosis y luego volvió a casa en bicicleta. En el camino un sin número de brujas y demonios lo perseguían, mientras él era testigo de la destrucción de la realidad conocida.
Nadie creía en su hipótesis por falta de pruebas, así que Barry bebió una solución con un cultivo de esta bacteria. Una semana después empezó a mostrar los síntomas de la gastritis demostrando lo que él creía.
Recibió un Premio Nobel por este descubrimiento.
50 años después, se descubrió que la forma de contagio era el intercambio de sangre, mayormente provocado por picadura de mosquitos.
El problema es que nadie sabía, hasta que Jack Barnes comenzó a sospechar de la picadura de una pequeña medusa.
Barnes consiguió un ejemplar y se hizo picar. Horas más tarde, Barnes había desarrollado la enfermedad y dado respuesta a la gran incógnita.
Davy se encerró en una cámara mientras inhaló el gas durante horas.
El gas es inofensivo, pero el error de Davy fue llevarlo al extremo, prácticamente reemplazándolo al oxígeno durante horas.
Davy al principio reía y salió de la cámara casi con un ataque cardíaco.